miércoles, 21 de noviembre de 2007

Mi nueva vida: Sevillamaravillas

7:30 de la mañana. Salgo de casa con mi look catalán: falda Boba, camiseta Meli Mató, abrigo Anna Povo…

Vuelvo a mis años de la facultad, cuando aplicaba mis conocimientos de antropología haciendo trabajo de campo en el autobús de Alcalá: “… niñoooo, que queremos comernos los mantecaos este año!” 7ºC, día de lluvia en el que no se ve nada a través de los cristales y al autobusero se le ocurre poner el aire acondicionado levantado un motín de protestas (no sin razón). “… pues a ver si hacemos el favor de aguantarnos un poquito la respiración que se me empañan los cristales”.

Mi nuevo trabajo en el centro de Sevilla: seguiré paso a paso las obras del metro de Jürgen Mayer (deformación profesional). Los desayunos obligatorios, incomparables, imperdonables: mollete de Antequera con jamoncito de Huelva y café con leche, 2,20€… casi se me escapan dos lagrimones.

3 de la tarde, entramos en el limbo de las horas (de 3 a 4 las horas que pases en la oficina no se cuentan, así que puerta!). “… bueno, una cervecita para dar la bienvenida a las nuevas incorporaciones!” Esto el miércoles, el jueves y el viernes (of course!). Y yo con el mollete de Antequera ya en los talones y que me mareo con tan sólo oler la cerveza (a la mierda la antidieta, el método montignac y la madre que lo parió: viva el Betis manque pierda!)

Sevilla está preciosa los martes por la tarde. Sigue oliendo a azahar y a mierda de caballo. Sigue teniendo su pijerío rancio de niños con pantalones cortos y calcetines largos, de niñas con enormes lazos rosas en la cabeza, de señoritos con gomina en el pelo negro ondulado…

Ahora que he vuelto a Sevilla nunca me he sentido tan lejos de aquí.