lunes, 10 de marzo de 2008

Cuando florece el azahar empiezan las grandes fiestas de Sevilla: la Semana Santa y la Feria.

La ciudad se convierte en pasarela de lujosos, extremados y casposos modelitos. Señoras tocadas, visones, trajes de chaquetas y corbatas, niños ataviados con pantaloncitos cortos y niñas con minivestidos y maxilazos.

¿Hace el hábito al monje? Parece ser que no, que no es oro todo lo que reluce. Como los hidalgos venidos a menos del s. XVII, que se ponían migas de pan en la barba para que la gente pensara que habían comido, la mayoría es sólo apariencia. El deseo de pertenecer a un grupo exclusivo hace que lo inviertas todo en este aparentar. Pertenecer a ese grupo selecto de la aristocracia sevillana cueste lo que cueste, es objetivo común de todo sevillano de bien que se precie. Porque en Sevilla no eres nadie si no eres hermano mayor de una hermandad o camarera de una de las decenas de vírgenes sevillanas.

Y es que está tan bonita Sevilla, tan hermosa, blanca de azahar, roja de pasión religiosa, embriagada de incienso y brillante reflejada en las aguas de su río, que nada existe más allá de esta ciudad. Los problemas del mundo, las elecciones, la subida del euribor… nada importa más que hacerse todos los besamanos y besapies de vírgenes y nazarenos, que ataviarse con las mejores galas y con el porte más erguido y pasearlo por las Iglesias y cafeterías mirando por encima del hombro a los turistas desaliñados con sus pantalones cortos y sus chanclas y excluyendo a los excluidos, aquellos que, al no pertenecer al grupo selecto lo critican con saña evidenciando la rabia innata de la exclusión.

Tal vez Sevilla no haya evolucionado desde el siglo XVII, y se siga creyendo el ombligo del imperio, receptora del oro y bienes de las Américas. Aunque más bien, como diría el escorpión del chiste, es su carácter. El sevillano es exhibicionista por naturaleza, nos gusta que nos miren, más aún, que nos admiren, pero ojo! que no nos toquen las tradiciones.

Queridos amigos, me veo, muy a mi pesar, lejos de ni siquiera rozar esa élite con solera, abducida, poco a poco, por el grupo de envidiosos y rencorosos de los eternos rechazados. Y es que Sevilla se mira, pero no se toca.

jueves, 6 de marzo de 2008

Hyperthymesia


Hace un tiempo leí un artículo sobre la Hyperthymesia: la incapacidad para olvidar que te mantiene inexorablemente atado a tu pasado.
Hablaba de que la gente que lo padecía es capaz de recordar todos los detalles de cualquier día de su vida, incluso los más triviales. Y no sé por qué me pareció una verdadera maldición.
Entonces me acordé de mi abuelo, que tenía una memoria increíble, y de como recordaba cuando entró con cinco años en la que ahora es mi casa del pueblo y que entonces era la de mis abuelos paternos, o más bien el proyecto de lo que sería la casa, porque me contaba mi abuelo que la estaban haciendo, allá a principios de los años 20. Recordaba que fue con su madre e incluso lo que había comido aquel día, que ahora yo soy incapaz de recordar. Mi memoria selectiva sólo recuerda lo que me impresionó que se acordase de aquel dato, no el dato en sí. Curiosamente, mi abuelo nunca me pareció un hombre atado al pasado, sino un hombre curioso, al que le gustaba viajar, charlar con la gente y conocer cosas nuevas.
De todas maneras, por suerte, la mayoría tenemos una memoria selectiva que nos hace olvidarnos de casi todo, y al final, incluso de las peores etapas de tu vida, acabas recordando sólo los buenos momentos.