viernes, 29 de septiembre de 2006

En busca de la Felicidad

Me estoy leyendo el libro de Eduardo Punset con dicho título y tengo la sensación de que me he subido a una montaña rusa de emociones, a veces buenas otras no tantas.

Empecé el libro con cierto escepticismo, pese a que me lo recomendaron como un buen libro. Y es que me veía venir el final, tipo tragedia griega: “la felicidad no existe”. Pero el comienzo auguraba un final diferente, más positivo. Quedé alucinada con la historia de los mohos mucilaginosos celulares o amebas (para los amigos) y su capacidad, pese a ser seres unicelulares, de unirse con otras amebas en situaciones límite para unir fuerzas y conseguir un objetivo (alimento, huir del peligro…).

Sí, el libro es muy científico, que aunque el título tienda a confusión, “rien a voir” con los de tipo Jorge Bucay (que también me he leído alguno, no os penséis que voy de intelectual).

Y te explica Punset, basándose siempre en estudios científicos, que la felicidad es algo que pasa en nuestro cerebro desde que somos homínidos e incluso antes de serlo y que es una situación que pasa en nuestro cerebro y … en fin, que no os voy a explicar el libro, que os lo leáis.

Pero llega a la conclusión de que la felicidad está precisamente en la búsqueda y que cuando se consigue, esta desaparece como una pompa de jabón. Y que incluso puede que esté en los propios genes la posibilidad de encontrar la felicidad, y que unas personas lo tengan más fáciles que otras ya desde el mismo nacimiento.

Y es que a mi todas estas cosas me dan mucho que pensar, y así voy a página por día, que me pongo a dialogar conmigo misma, a divagar, a investigar en mi interior, a buscar similitudes con mi propia búsqueda… y cuando me doy cuenta ya he llegado a Diagonal (próxima parada…).

Y pienso que la felicidad es como el dorado, que todo el mundo busca y nadie ha visto (esto cuando estoy pesimista) o que si es algo a lo que todos aspiramos es que debe ser un estado, como los tantras budistas, al que se accede pasando de nivel, y que por lo tanto existe (esto cuando estoy contenta).

Y quería preguntaros ¿sois felices?, ¿lo habéis sido alguna vez?, ¿aspiráis a serlo?,¿creéis que la felicidad es algo efímero, que se disfruta en las pequeñas cosas, en los pequeños detalles y que tiene una duración limitada en el espacio tiempo? o, por el contrario, ¿creéis que existe un estado de felicidad absoluta?.

¿Buscáis hoy la felicidad, o lo dejáis para el fin de semana?

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viernes, 22 de septiembre de 2006

EL SÍNDROME DE PARIS



Leo en La Vanguardia un artículo de Lluís Uría sobre el Síndrome de París. Hasta ahora conocía el Síndrome de abstinencia, el Síndrome pre-menstrual, el post-vacacional y hasta el Síndrome de Stendhal, pero era la primera vez que oía hablar de este peculiar “síndrome”.

Este síndrome lo padecen los japoneses, y sobre todo las japonesas durante su estancia en París, y sus síntomas son: alucinaciones visuales y auditivas, sensación de ser perseguidos, aislamiento, introversión… Se ve que cuando llegan a París su imagen de una ciudad de colores pastel, amable, culta y delicada choca con la dura realidad: unos parisinos mal educados, que los miran con desprecio, que gesticulan violentamente con las manos y alzan la voz… Nada que ver con su cultura que valora la cortesía, la formalidad y la discreción. Diagnosis: son personas que no logran adaptarse a una civilización tan diferente. Solución: la repatriación (es decir, no tiene solución).

Es sorprendente que una “enfermedad”, síndrome, llámalo como quieras, afecte en especial a una nacionalidad en concreto. Y no he podido evitar la imagen de la japonesita de piel blanca, tímida, de ojos esquivos, retraída sobre sí misma, frente a una francesita exuberante, mostrando su feminidad lasciva sin pudor (y una hermosa mata de pelo en las axilas) poniendo morritos y tirándole flechas asesinas a la japo.

Luego he reflexionado y he pensado que se puede llamar Síndrome de París y afectar al colectivo femenino japonés mayoritariamente, pero que también nosotros lo sufrimos, por ejemplo… en el trabajo.

Después de llegar de vacaciones, fresca como una rosa, con una sonrisa de oreja a oreja, con un montón de nuevas ideas y ganas de trabajar, organizar, disponer… basta un par de semanas para que el ambiente viciado del trabajo te afecte hasta tal punto de sentirte deprimida. Y, no sé como explicarlo, tampoco sé por qué pasa, pero aunque la mayoría de gente con la que trabajo es fabulosa, el edificio precioso y el trabajo me gusta… hay algo sutil, en lo que se dice y sobre todo en lo que no se dice; en lo que se enseña y sobre todo en lo que se oculta; en las miradas esquivas y en las de por encima del hombro… que te vuelves un poco paranoica y comienzas a pensar: algo he hecho, o no he hecho, o he hecho muy mal o demasiado bien… Nunca sabes que es, pero lo sientes, lo percibes, el aire pesa… Y por supuesto cuando haces la pregunta directa te salen directamente por la tangente.

Ya te habías olvidado de este juego maquiavélico que te absorbe las energías y te llena de mal rollo, pero que es inseparable del mundo laboral, de las relaciones humanas, y entiendo entonces por qué necesitaba unas largas vacaciones, y por qué estas me sientan tan bien. Mi mente descansa, los amigos me recargan las pilas, la familia me mima, el mar, el aire puro de la sierra… Diagnosis: persona que no se adapta a la fauna de arpías, víboras, lanzadores de cuchillos… Solución: ¿irme, como Heidi, a la montaña y, cambiando de fauna, criar cabras?

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martes, 12 de septiembre de 2006

Vilanova

Tendida en la playa, bajo la sombrilla y medio dormida.
Me gustaría ser una de esas familias francesas con tres niños pequeños y rubios, uno detrás de otro, y veranear a côté de la mer.
(¿Por qué los hombres te dicen hola cuando llevas falda y el pelo suelto si no te conocen de nada?)
Una francesita rubia con ojos azules casada con un españolito moreno de ojos negros que sabe poner morritos.
La playa está llena y el mar revuelto escupe gente con sus olas.
Chicos negros deambulan cual tiendas nómadas vendiendo gafas y gorras para el sol, aunque esté nublado.
Chicas negras con vestidos de colores africanos se ofrecen para hacer mil trenzas en el pelo.
Me muero de sed, pero no me quiero mover de mi toalla rectangular por miedo a que cuando vuelva hayan invadido mi espacio.
Una chica anoréxica pasea su esqueleto por la playa. Todo el mundo intenta no mirarla, pero es difícil no sorprenderse con su intento de desaparecer.
Un niño se entierra en la arena mientras su hermana hace castillos alrededor.
De fondo el rugir de las olas.
Yo sola me hago fotos con mi cámara nueva.

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