
El martes, mientras hojeaba La Vanguardia, me llamó la atención el titular de un artículo sobre Silvio Berlusconi, firmado por Roger Jiménez, que hablaba de “nomadismo pasional”. Me encantan los juegos de palabras, las metáforas, las perífrasis… pero nunca vi una con más geta que esta. El periodista se refería a la “moda” de las infidelidades conyugales y en concreto a los líos de faldas del impresentable de Berlusconi.
Naturalmente la perífrasis iba con ironía pero, aún así, me pareció una desfachatez utilizar unas palabras tan hermosas para nombrar una acción tan deplorable como la infidelidad. Y no piensen que soy una conservadora, católica y retrógrada que piensa que el matrimonio es para toda la vida. Me refiero al poco valor que le damos al compromiso. Dos personas que deciden libremente, y por amor, compartir su vida se merecen respeto, es más sin ese respeto no existe compromiso posible, relación posible. Hay que comenzar por respetarse a sí mismo para poder respetar al otro. Y si un día el amor se acaba, u otra persona se cruza en tu vida y se enciende una nueva pasión, hay que tener los huevos/ovarios perdón! ser valientes y decirle a la otra persona lo que pasa.
Claro que poco a poco, al ir leyendo el artículo, me di cuenta de que no estábamos hablando de relaciones de amor ni de compromiso sino más bien de una relación mercantil con cláusulas de rescisión de contrato (en algunos casos prohibitivas y muy beneficiosa para alguno de los abajo firmantes).
Y reflexionando llegué a la conclusión de que aquellos que no son capaces de comprometerse y ser fieles a sus principios, a su integridad, a sus ideas, a su pareja… en definitiva, a sí mismos… son, simplemente, unos inmaduro/as.
Estos niños grandes exhibicionistas, caprichosos, mimados y madreros se piensan que con el dinero se puede comprar todo: la juventud, el amor, la honestidad... Estas señoras emperifolladas, dedicadas al cuerpo en cuerpo y alma y que, como las urracas, se lanzan a todo lo que brilla, se piensan que la solución a todos sus anhelos es un marido rico (aunque feo, viejo y putero).
Simplemente me llama la atención que para promocionar que se está “prometida” haya que lucir pedrusco (cuanto más grande, desorbitadamente caro y brillante mejor), en vez de trabajar cada día para que ese compromiso (privado e íntimo entre tú y el otro/a) sea más fuerte y duradero.
Etiquetas: opiniones