Café solo

7:00h Suena el despertador. Las noticias de la radio se mezclan en sus sueños y cuando despierta no sabe que es real o que forma parte de su imaginación. Es cuando escucha alguna conversación comentando las noticias en la cafetería cuando vuelve a recordar el sueño y se aclaran sus dudas sobre la verdad. A veces esto nunca ocurre y la realidad queda presa en sus sueños.
7:35h Se levanta. Se ducha. Se viste. Se seca el pelo con el secador. Se pinta la raya de los ojos en negro, algún día también los labios, en rojo.
8:15h Coge el autobús. Se sienta en el último asiento de la última fila, no por timidez sino por egoísmo, si entra alguna embarazada, persona mayor o minusválido no quiere cederle el sitio. Entra en la panadería de siempre y se compra el almuerzo de siempre. Entra en la cafetería de siempre y se toma el desayuno de siempre. Aún así se sorprende de que algún día la panadera le pregunte: “¿qué te pasó ayer que no viniste?” o cuando el camarero que le pone el café le cuenta su vida: “Me caso la semana que viene. Vamos de viaje de novios a la Ribera Maya. Ya hemos hecho la prueba del menú y a mi novia bla, bla, bla...” De camino al trabajo compra el periódico, siempre hay un rato libre en el que poder echarle un vistazo. Entra en la oficina. Enciende el ordenador. Repasa la agenda. Abre el correo. Mira sus e-mails. Llama a los proveedores. Habla con los de la agencia de viajes. Recibe nuevos pedidos.
A las 14:00h hace una pausa para comer. En el comedor se sienta en la última mesa de la última fila, no por timidez, sino para no ver a nadie y así no tener que entablar una conversación aburrida sobre el trabajo. Vuelve. Más pedidos, llamadas de teléfono, proveedores reclamando facturas impagadas, la agencia de viaje que avisa que hoy caduca la reserva...
A las 18:30h sale de la oficina. Coge el autobús de vuelta a casa. De camino pasa por el supermercado y se compra algo para cenar, algún plato precocinado y algo de fruta. Mira el buzón y coge las facturas. Abre la puerta de su piso y la recibe su gata. Deja el abrigo y se quita los zapatos. Le pone de comer mientras le habla imaginándose como ha sido su día, el de la gata. Coge la ropa sucia y pone una lavadora de color. Friega el plato y el vaso de la cena de anoche. Hace la cama. Repasa el baño. Se pone a planchar unas camisas para la semana. El silencio de casa la envuelve, sólo el sonido de alguna ambulancia que pasa por la calle, o a algún vecino que se asoma al patio lo rompe.
Mientras plancha se hace preguntas sin respuestas: ¿Eligió ella la soledad o le vino impuesta?. ¿Se había enamorado alguna vez o él sólo era uno de sus sueños?. ¿En qué momento decidió abandonarse sin retorno a la desidia?. Mete el precocinado en el microondas y se sienta delante de la tele a cenar. Hace zaping y llega a la conclusión de que nada le interesa. Recoge la mesa y deja el plato y el vaso en el fregadero. Se pone el pijama. Se lava los dientes. La gata le sigue en todos sus pasos. La coge, la deja en su cesta y se va a dormir. Sueña.
Hoy el último asiento de la última fila del autobús estaba vacío. La panadera ha preguntado por ella y un camarero explicaba su vida a alguien que tomaba un café en la barra del bar: “Esperamos un niño. Mi mujer está de 7 meses y ya estamos buscando guardería, porque está muy mal la cosa, hay una lista de espera terrible!. Mi mujer trabaja y bla, bla, bla...”